Esperanzas frustradas

Cuando, hace cinco años, Barack Obama era elegido como cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos de América, una ola de optimismo invadió el mundo. No es exagerado afirmar que, en todos los rincones del planeta, los ciudadanos tenían la sensación de que en la Casa Blanca había, por fin, alguien que sabía lo que hacía, alguien que escuchaba la voz de la calle y cuyo mandato presidencial iba a marcar un antes y un después en la historia de la humanidad.

¿Qué ha pasado para que, en tan sólo un lustro, el entusiasmo que despertaba Obama en todo el mundo se haya diluido como un azucarillo? ¿Qué ha sido de su lema de campaña, el celebre “Yes, we cam” (“Sí, podemos”), que se convirtió en un mantra para toda una generación?

Barack Hussein Obama rindió el mundo a sus pies. Desde los obreros de Ohio hasta los intelectuales escandinavos del Premio Nobel de la Paz. Desde los musulmanes de todo el mundo, cansados ​​de sentirse insultados por George Bush, hasta los negros de Estados Unidos que se vieron finalmente representados al más alto nivel político.

Pero, a pesar de los esfuerzos iniciales, buena parte de su proyecto se ha quedado en agua de borrajas. La prisión ilegal de Guantánamo sigue abierta, la reforma del sistema sanitario está bloqueada, la crisis continúa afectando a la clase media-baja estadounidense y el déficit de su país sigue creciendo. No es extraño que el pesimismo, cuando no la desafección, se haya extendido por todas partes.

Ganar las elecciones en 2008 y convertirse en el primer presidente negro de Estados Unidos ya le garantiza un lugar en los libros de historia, pero le quedan tres años para demostrar que, también, ha sabido aprovechar el capital político de esta hazaña histórica para arreglar algunas cosas en Estados Unidos y en el mundo.