Políticos con sueldos dignos como antídoto contra la corrupción
Sobre aquellos que se dedican a la política se extiende en los últimos tiempos la sombra de la sospecha. Una generalización que no es nada objetiva, pero que se corresponde con el malestar que afecta últimamente a una gran parte de la ciudadanía.
Pese a la proliferación de noticias que refieren sucesos turbios en los que sus protagonistas suelen ser personas que se dedican a la política, es justo reconocer que los corruptos y sinvergüenzas son una minoría y que, en cambio, hay muchos cargos electos honrados que trabajan de sol a sol con vocación y responsabilidad. Por eso resulta incomprensible que esa mayoría que vive la política como el noble ejercicio del servicio público permita que la tinta de la sospecha los manche a todos con tanta facilidad.
Aunque al final terminen reculando, forzados por el escándalo de sus actuaciones, no se entiende que nadie entre quienes se dedican a la política levantara la voz, ni hiciera la más mínima autocrítica cuando el Congreso de los Diputados decidió “subvencionar” los gin-tonics, los whiskys y demás bebidas espirituosas que consumían sus señorías en el bar de la cámara baja, o cuando en el Parlamento de Andalucía los tres grupos parlamentarios de entonces, en silencio y sin publicidad, se pusieron de acuerdo en subir las dietas del presidente de la cámara y de los portavoces.
Los políticos deben estar bien pagados y su salario debe corresponder a la responsabilidad que desarrollan, pero también tienen que entender que, tan importante como su buena gestión, es el ejemplo que deben ofrecer a los ciudadanos en el ejercicio de las funciones que les han sido encomendadas.
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